La primera vez volvió al cabo de 5 días. Se sentía extraña y fuera de lugar. Su bebé de 2 años la miraba con esos ojos enormes de pobladas pestañas y ella pensaba, sentía, que le estaba arrebatando la normalidad... Ay, la normalidad de los gritos, de las peleas absurdas y las discusiones sin fin. Total, no había sido más que un puñetazo. Y no tenía dónde caerse muerta: la familia no quería ver, porque ya la conocían desde pequeña, y siempre fue difícil de satisfacer, una joven exigente y poco conformista; los amigos... hay cosas que no se pueden contar a cualquiera. Así que volvió a casa.
Hoy, más de 10 años después, y con otro hijo más en el equipaje, Sara ha encontrado el valor para denunciar lo que le ha estado ocurriendo en casa. Es increíble, pero ahora sé que ocurre en muchas más casas de las que creemos. Nunca habría pensado que cerca de mí, en mi entorno de personas con carreras y doctorados, con trabajo y casa, con planes, con ideologías, fuera posible que alguien diera un puñetazo a otro alguien. Y mucho menos, que alguien lo encajase, lo ocultase, lo disimulase, lo aguantase, lo considerase inevitable o perdonable o asumible en el día a día de su personal infierno.
Durante todos estos años yo no he sabido nada, Sara no me lo ha contado, y su pareja ha sido compañero de cervezas y cenas mientras esto estaba ocurriendo a nuestras espaldas. Pero en el momento en que ella ha decidido salir de esa minuciosamente tejida red de inseguridades y miedos y me ha llamado, yo no he tenido dudas de cuál era mi papel y mi lugar: escuchar, apoyar, y tratar de no juzgar más allá de lo evidente. PORQUE SARA ES MI AMIGA.
Hasta aquí, parece horrible, y se me encoje el estómago al pensarlo. Pero el infierno de Sara no acaba aquí. Ahora se enfrenta al alineamiento de sus “amigos y amigas”, los padres y madres de los amigos de sus hijos, las parejas compañeras de la salida del cole, o de la natación, o del grupo de montaña... Se enfrenta a la incredulidad, el aislamiento, la manipulación de su ex-pareja, que sigue tejiendo a su alrededor pequeñas trampas para la autoestima, de la misma manera en que ha sabido hacerlo durante los 20 años anteriores. Y usa, como sabe hacer, el hecho de que nadie quiere que sea verdad, nadie quiere tener una amiga profesional, cultivada y progresista que ha sufrido en silencio el maltrato psicológico y físico de una pareja profesional, cultivada y progresista. Nadie quiere saber que alguien cercano ha sido agredido, abofeteado, golpeado y que, además, lo ha aguantado durante años y años. Porque eso amenaza nuestra seguridad; porque la inverosimilitud de lo que hemos conocido ahora nos lleva a pensar que tal vez nuestro vecino, nuestro cuñado, nuestro jefe, pega impunemente a su mujer, y su mujer lo aguanta impunemente.
Nadie quiere vivir en un mundo como este, en el que los maltratadores no llevan un cartel prendido de su parka por imperativo judicial que rece: "NO TE ARRIMES A MI QUE TE HOSTIO".
Porque sabemos que existen, pero no tenemos ni idea de lo cerca que están.
Y porque, tal vez, están en nuestra casa, y duermen en nuestra misma cama.
Pero no podemos mirar a otro lado si no queremos ser Sara.