Perder la llave del coche es, sin duda, una catástrofe. Cuando la llave que pierdes cuesta ciento y pico euros es una catástrofe económica. Si en los últimos seis meses la has perdido tres veces es una catástrofe reincidente. Si dos de esas tres veces la pérdida tuvo lugar al lado del coche, sin moverte del sitio y en una franja espacio/tiempo mínima, es una catástrofe de expediente X.
Lo cierto es que yo estoy abonada a este tipo de pérdidas. Me defiendo pensando que cada una es como es y me niego a llevarme el mal rato lógico. Sobrevivo un par de meses sin llave de repuesto y acabo yendo a encargar otra ( y a aguantar las "guasas" del personal) porque no quiero tentar a la suerte más de lo que la suerte me tienta a mí.
En uno de estos momentos estaba, el de aguantar con una sóla llave, cuando, no se sabe cómo, una de las desaparecidas se hizo encontrar encima de mi cama. La cosa no tenía mucha lógica pero... ya os digo que hace tiempo que no me pregunto sobre la vocación paranormal de las llaves de mi coche. Me alegré y punto.
Si esto ocurrió por la mañana, mi alegría ( y tranquilidad, porque tener dos llaves a mi me da mucha tranquilidad) duró poco. Por la tarde Bea y yo decidimos ir a darnos un baño.
Llegamos al aparcamiento de la playa una detrás de la otra y en una coreografía improvisada aparcamos nuestros coches en paralelo.
Bajé y di la vuelta para acercarme al de mi amiga y...cuando fui a cerrar...la llave no estaba.
No estaba en mi mano.
No estaba en mi mochila.
No estaba puesta.
No estaba en el suelo.
No estaba caída.
Intenté explicarle a Bea que esto es algo que a mí me pasa a menudo y que no era cuestión de perder el tiempo de nuestro baño en buscar una llave que había decidido desaparecer, que, a todas luces, era mucho más inteligente bajar a la playa y disfrutar de la tarde.
Esfuerzo inútil. Mi visión romántica y un poco irresponsable del hecho se tropezó con la tozudez y constancia de mi amiga.
Después de media hora, dos bolsas llenas de objetos increíbles que hacía tiempo que creía haber perdido, una bolsa de otros objetos no tan increíbles que creía haber tirado también hace tiempo, calderilla suficiente para pagarnos las cañas de después de la playa y muchas risas mientras, al destripar mi coche, salía de todo menos la llave, ésta se hizo visible.
Cerramos y bajamos a darnos el baño.
La cara de Bea reflejaba la satisfacción de quien se empeña en algo sin escatimar esfuerzo y se ve recompensada con el éxito.
No me sirvió de nada intentar que entendiera que a mí, pensar en un agujero de gusano que absorbía mis llaves...me hacía ilusión.
Qué cosas nos pasan a veces... tus llaves son de Expediente X, sin duda!!!
ResponderEliminarO hay algo/alguien que se empeña en jugar al escondite con ellas. Te felicito por no dar importancia a las llaves itinerantes. O darle la justa. Yo me pondría histérica.
ResponderEliminarA mi me pasa tan frecuentemente y con tantos objetos que he aprendido a ponerle solución: cuando pierdo algo, sin dudarlo voy a comprarlo nuevo, y al llegar a casa aparece!!. No es por casualidad, es por la mala ostia karmica que tienen estos trastos.
ResponderEliminarAsi que tengo dos o tres juegos de llaves, dos pares de gafas de sol graduadas, 3 o 4 correas del perro, etc...es muy practico una vez que asumes tu naturaleza despistada y ya no te cabreas.
Yo ya no compro gafas de sol caras, ni paragüas, ni relojes ni anillos,... ¿Has probado a recorrer hacia atrás el tiempo en busca de la última vez que viste la llave? A veces resulta apasionante ese tipo de viajes.
ResponderEliminarAy Pepe!! Si es que si lo hago me arriesgo a encontrar, no la llave, sino vete tú a saber qué!
ResponderEliminarY además ten en cuenta que yo sigo pensando en el agujero negro que se come mis llaves, ¿qué hago? ¿me arriesgo? ;))