domingo, 15 de enero de 2012

Los Puentes de Madison.

Hoy vi los "Los puentes de Madison" y, sin duda, las mujeres somos sufridoras natas. Bueno, unas más que otras. Porque yo hubiese empujado la manivela del coche, hubiera echado a correr, me hubiese empapado como un pajarito, y habría abrazado al amor de mi vida.
Pobre hombre. Y pobres nosotras, las mujeres... mal paradas casi siempre.

Fiel a mis costumbres y gustos he vivido los puentes de Madison tres veces. Eso sí, justito al revés: yo fui la Clint Eastwood que pisaba el acelerador. Os cuento:

La primera: el recorrió un largo pasillo con lágrimas en los ojos, me abrazó hasta parar la respiración y sacó del bolsillo una foto que acariciaba con mimo. Apenas tenía voz y sus manos temblaban: es el, mi hijo. Decía mientras limpiaba mis lágrimas. El resto lo podéis imaginar. Allí me quedé llorándole mucho tiempo.

La segunda: un capullo que se había metido en mis venas y no me dejaba ni respirar. ¡Como lo amaba! Tanto que no medí mis fuerzas y terminé mal parada. Lo dejaba todo por mí... eso decía él. Pero lo dejaba siempre al mes siguiente. Y yo me rompía por dentro esperando algunos años. Tuve un regalo: la lucidez, que me ayudó a salir con todas mis fuerzas de aquel pozo. Tanto lo quise como hoy me es indiferente.

La tercera: aquí vuelvo a ser Clint Eastwood... pero en esta ocasión la manivela se abre. Y también el corazón, porque como el mismo protagonista decía: "esta clase de certeza solo se presenta una vez en la vida". Y hoy me toca a mí, me toca susurrarle aquello de Maryl Streep: "y tu sigues aquí, entregándome la vida en cada suspiro, por mis besos sin saber que ni siquiera tienes que pedirlos... Porque son tuyos, porque yo ya no soy mía, sino tuya".

Cuánto he llorado, pero he de decir que mi vida-versión de Los Puentes de Madison mejora el guión. ;-)

1 comentario:

  1. Yo entiendo a Meryl Streep, yo fui ella. Yo apretaba la manilla con tanta fuerza que me dolía la mano, yo dejé ir ese coche, un coche que yo mismo eché fuera de la carretera. Yo lloraba por dentro mientras mi boca decía otra cosa. Todo por pensar en todo lo demás, en pesar todo lo demás, menos lo realmente importante: lo que realmente amaba.

    Es difícil tener una oportunidad así en la vida, es un desperdicio de vida dejar pasar una ortunidad lúcida de las que te marcan tu nuevo rumbo, tu camino, tu salida, tu vía... Tu vida. Sabiendo que no volverá...

    Pero algunos nacemos con suerte. Podemos volver a ver los puentes de 
    Madison y cambiarle el final. El mismo coche, la misma carretera, el mismo crucifijo colgado del retrovisor, la misma persona empapada en la lluvia esperando a que abras la maldita puerta. 

    No puede ser! no tengo derecho a tener la misma oportunidad de nuevo. Si! si lo tengo! Tengo que aprovecharlo, no se está dos veces en el mismo cruce dejando pasar de largo al amor de tu vida.

    Acciono la manilla, golpeo el cristal, destrozo esa puerta que me aprisiona... y me empapo de agua hasta el alma. Y ahora vivo en ella.

    Mis puentes de Madison acaban como todos querríamos que acabase la película de Clinton Eastwood, que es en si misma -con su tristeza- preciosa... Pero me quedo con mi puente lloviendo sobre los dos, queriéndonos.

    Gracias por estar bajo la lluvia, empapándote por mi

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